El Origen, El Engaño
Érase una vez que se era, el principio de un comienzo, el inicio de una historia, la pregunta al cuándo, la respuesta del por qué y la explicación de lo acontecido.
Has de saber para contar y entender para saber que hace mucho tiempo, cuando el mundo se estaba creando y los animales todavía hablaban, ocurrió algo asombroso.
Cuentan que crecieron las raíces de los árboles, tan deprisa que agarraron el centro de la Tierra, con el miedo de perder el norte. Que los animales dejaron de reconocerse y se convirtieron en forasteros, individuales, desconfiados. Y los demás reinos, observaron desde su hábitat la grandeza que les rodeaba, dejándose llevar por lo agradable de lo salvaje.
Así me lo contaron, y así os lo cuento a vosotros.
─ Me muevo silencioso, a cámara lenta y sin darme cuenta. Estoy fuera. La humedad de la tierra estimula mi piel y siento el primer escalofrío de la mañana. Respiro aire fresco que inunda mis pulmones y me mueve, me agita. Salvaje, fuerte, potente desprendo mi característico olor a cuero desatando esa habitual fragancia a estiércol y hierba, y avanzo.
Avanzo sabiendo quién soy. Avanzo seguro, con dirección clara. Avanzo sin miedo, porque quiero, sin obstáculos. Avanzo porque sí, sin explicaciones, sin responsabilidad, pensando que no existe nada más. Avanzo libre, avanzo disfrutando del gusto de avanzar, mientras todo mi alrededor se queda parado, observándome, rozándose con mis carnes que siguen avanzando, y avanzo hacia el lugar concreto donde llegan los que avanzan. Entonces, me paro.
Me paro a pensar y pienso que llegué lejos. Mi cuerpo empieza a estar cubierto de sudor. Pienso que el cielo está igual de azul que estaba ayer, que las margaritas me producen muchísima alergia y me hacen estornudar una y otra vez. Mi trenza se ha deshecho del propio vaivén de mi trote y siento que mis herrajes se desgastan cada día más. Me paro a pensar que mañana volveré a estar en el mismo lugar que ahora y volveré a pensar… Y es, en ese momento, cuando me doy cuenta.
Me doy cuenta de que estoy acompañado. Sin entender nada, un murmullo martillea mi cuerpo intentando comunicarse. Inesperada vibración que penetra por mi ombligo, entonces quiebro hacia atrás y zas, mis ojos se clavan e intentan enfocar rápidamente, pero solo acierto a vislumbrar la magnífica pradera. Sonrío y en pocos segundos lo olvido todo. Mi cerebro desconecta, me relajo, contemplo lo divino del paisaje, pero ese cosquilleo insiste y zas, de nuevo giro y vuelvo a girar, y otra vez giro todo el tiempo sobre mi propio eje, manteniéndome firme, evitando el ligero mareo que me provoca moverme tan rápido en tan pocos segundos y con tan corto recorrido. Solo consigo náuseas y una perspectiva más movida de mi preciosa llanura. Entonces, escupo.
Escupo hacia delante, con orgullo valeroso, decisión y mirada alta. Exhibiendo mis suertes, con pasos medidos, concretos y exactos. Me encanta balancearme de un lado a otro, pisando con fuerza la tierra que amortigua mis hierros. Demuestro poder y gallardía, dejando claro quién manda aquí. Mi boca saborea la adrenalina que se acumula en forma de saliva. Y vuelvo a escupir.
Escupo placer.
─ Me encanta despertar con los primeros rayos de luz. Placentera sensación. El sol a esas horas de la mañana calienta mi espalda, siento el peso de mis caderas, mi cuerpo se despereza lentamente y transforma su posición. Disfruto del movimiento que se convierte en una danza ritual de erotismo, satisfacción y agradecimiento al silencio que mueve a mí alrededor la apertura del nuevo día.
Y comienzo.
Comienzo descalza.Me encanta hundirme en la tierra mojada, recuerdos de infancia. Barro que mancha las extremidades, secándolas, creando grietas para luego desprenderse poco a poco de la piel, dejando sólo el polvo. Polvo que sacudes, por lo divertido de jugar. De un golpe la brisa me inspira y le sonrio como cada mañana. Curiosa, atenta, traviesa y coqueta, me sacuden los nervios del primer día y me dejo sorprender.
Y me sorprendo.
Una fuerza inexplicable me hace avanzar rápido, con fuerza, enérgica, sin tregua. No hay preguntas, ni reflexiones, no existe consenso, ni tampoco la autorización. Sin demasiado tiempo de pensar si te agrada, avanzo, avanzo, avanzo… Y no sabría decirte por qué, pero me gusta.
Me gusta mucho.
Caigo en la cuenta de cómo pasa el tiempo. Es época de vendimia, el olor dulce y afrutado de la uva fresca me hace la boca agua. Las margaritas están preciosas. El pelo suelto, al aire, es como mejor me sienta. El embalse rebosa agua, este año ha sido lluvioso. Y me doy cuenta de lo bonita que está la pradera y lo importante que es envejecer al lado de los tuyos. Clanes que se forjan a base de normas, códigos y protocolos difíciles de desobedecer.
Soy consciente y reconozco que llevo demasiado tiempo pensando y que estoy totalmente parada, sin movimiento, plantada, inmóvil, quieta, detenida, pausada y acompañada.
Balbuceo palabras inconexas, incoherentes. Hay alguien delante, y me obliga a girar una y otra vez, cómo un remolino. Me embarco en un tiovivo sin final, suelto una carcajada que me afloja las patas.
Entonces, me siento.
─ ¿Quién eres?
─ Soy yo, soy tu.
─ ¿Qué quieres de mí?
─ No quiero nada
─ ¿Entonces por qué me sigues?
─ No te sigo, tú tiraste de mí.
¿Qué quieres? ¿Por qué me has traído hasta aquí?
─ Soy razón, soy lo público, la imagen, soy día y calle. Soy delante nunca atrás, soy el principio, soy trabajo… Soy yo, soy él, soy ellos. No te he traído hasta aquí, tú has venido conmigo.
─ Yo me dejé llevar por la decisión del jinete, por las riendas del que dirige, por las espuelas que mandan, acostumbrando el cuerpo a obedecer. Llegué aquí con la satisfacción del que cumple.
Soy emoción, soy lo privado, lo anónimo. Soy noche y casa, soy detrás, nunca delante, soy el final. Soy sacrificio y cuidado. Soy yo, soy ella, soy ellas.
¿Quién soy yo? Tú.
¿Quién eres tú? Yo.
Y si tú y yo somos lo mismo.
¿Por qué no soy? ¿Por qué eres?
¿Por qué fuimos? ¿Por qué no somos?
¿Cuándo dejaste de ser?
¿Quién silenció?
¿Cómo llegué? ¿A dónde fuiste? ¿Por qué sucede?
¿Cuándo el ser y cuándo el fuimos?
¿Quién te enseñó?
¿Quién fui si soy? ¿Quién lloró mientras eras?
¿Cómo fuimos sin saberlo?
Alguien paró.
Nadie fue, todos somos.
¿Quién señala?
Somos.
El caballo que quería deshacerse de su parte de atrás.
—————————————–
Texto: Mariana Collado
Ilustraciones: Manolo Guirado